En esos ojos marrones
se perdían las razones que la vida le había dado hasta entonces, justificando
cumplir las reglas avenidas, desde antiguas profecías,
¿Cabía la posibilidad
de que estuviesen equivocados, los sabios y sus astros?
¿Acaso la vida era
caos, jugando los dioses, si es que existían, con las decisiones que parecían
ser propias y lógicamente planificadas?
Se le acusaba de ser
sabia, razón sobre emociones, claros argumentos… más había vislumbrado en la
joven perseguida más vida que su vida, intensidad desconocida.
¿Habían obrado sus
servicios para condenar lo supuestamente “inapropiado”, en pos de una lógica,
que hasta ahora no le había proporcionado ni el más mínimo acercamiento, a la
pasión que brotaba de los labios de la mujer de ojos penetrantes?
Había dedicado una
vida al estudio de lo correcto y lo sabio, mirando al cielo infinidad de veces,
confiando que su camino estaba escrito y que podía leerlo en las estrellas.
Pero la noche que hoy la cubría no era la de la víspera, el manto
tranquilizador de estos años, había adquirido un tono amenazante y se hacía
desconocido el mismo escenario.
Desde que escuchara
las palabras de la joven acusada, desde que su mirada se clavara en ella y sus
labios pronunciaran dudas irrevocablemente castigadas, el sueño no había
logrado venir a ella, se descubría a media noche escudriñando el horizonte.
El paradero de la
desconocida no le era incierto, bien sabía que al amanecer sería ejecutada, y
su palabra había colaborado para tal fin.
¿Intentaban obsesivamente
ella y los sabios aplacar una verdad, acallando cada boca que osaba rasgar las
costumbres? ¿llevaba ella ese grito dentro también? ¿Y moriría junto con la
joven mujer su posibilidad de descubrir un mundo nuevo, no predicho, ni
estipulado, donde se diera el permiso de abandonar su sensatez?
¿Se quemaría en la
misma hoguera su alma inmortal, manteniendo en el exilio las dudas que la
convertirían en la siguiente perseguida?